Matemática y música: resonancias entre el orden y el caos
por Sc. D. Juan Carlos Ruiz Castillo
publicado el 19 de septiembre de 2025

Resumen
Este artículo examina, desde una perspectiva físico-matemática y transdisciplinaria, las relaciones estructurales y epistemológicas entre la matemática y la música. Se argumenta que ambas disciplinas comparten principios formales como la simetría, la periodicidad, la proporción y la emergencia de patrones complejos, lo que permite su articulación teórica mediante modelos diferenciales, sistemas dinámicos no lineales, geometría fractal, topología musical y algoritmos computacionales. A partir de una revisión crítica que abarca desde las proporciones armónicas-pitagóricas hasta los modelos contemporáneos de inteligencia artificial generativa, se muestra cómo la música puede ser comprendida como una estructura formalizada en el tiempo, susceptible de análisis, síntesis y creación mediante lenguajes matemáticos. Asimismo, se exploran implicaciones epistémicas profundas en torno a la representación, la creatividad y la cognición musical, proponiendo una integración entre conocimiento formal y experiencia estética. La música emerge así no solo como objeto de análisis, sino como una expresión computable de orden, complejidad y sentido.
Introducción
La relación entre matemática y música tiene sus raíces en la tradición pitagórica, donde el descubrimiento de las proporciones armónicas marcó un punto de inflexión en la comprensión del sonido. Los pitagóricos observaron que intervalos musicales fundamentales correspondían a razones numéricas simples: la octava (2:1), la quinta justa (3:2) y la cuarta justa (4:3). Estas proporciones, construidas a partir de números enteros pequeños, se interpretaron como la manifestación de un orden cósmico, en el cual el universo entero respondía a leyes matemáticas expresadas a través de la armonía musical.
No obstante, la matemática musical no se agota en estas relaciones simples. Así como el orden pitagórico se fundamenta en la claridad de proporciones pequeñas, también es posible indagar en proporciones más complejas, tales como 2:12, 3:23 y 4:34. Estas relaciones, menos intuitivas desde el punto de vista armónico tradicional, permiten explorar la transición hacia lo caótico y lo irregular, mostrando cómo la matemática puede modelar no solo la armonía estable, sino también tensiones, disonancias y estructuras musicales que evocan inestabilidad.
En este sentido, la música aparece como un terreno fértil donde el orden y el caos conviven en equilibrio dinámico: el primero representado por la simplicidad de las proporciones pitagóricas, y el segundo emergiendo en configuraciones numéricas más complejas. El presente trabajo se propone examinar estas resonancias entre matemática y música desde la óptica de la física matemática, la teoría de sistemas dinámicos y la epistemología, para mostrar que lo sonoro no solo obedece a la razón, sino que también incorpora la imprevisibilidad como parte esencial de su estructura.
La armonía de los números y la música pitagórica
La idea de que los sonidos musicales pueden ser explicados y organizados mediante proporciones matemáticas no solo representa una curiosidad histórica, sino un punto de inflexión epistemológico en la constitución de la ciencia misma. Esta idea, atribuida a Pitágoras en el siglo VI a. C., inaugura una visión del mundo en la cual el número no es solo herramienta para contar, sino principio organizador de la realidad física y estética. En ese sentido, la música fue uno de los primeros fenómenos naturales sistemáticamente matematizados, constituyendo un verdadero laboratorio ontológico para el pensamiento griego.
Pitágoras y sus discípulos descubrieron que las cuerdas tensas, al ser divididas en ciertas proporciones, producían intervalos sonoros que resultaban agradables al oído. Las proporciones fundamentales —la octava (2:1), la quinta justa (3:2) y la cuarta justa (4:3)— se convirtieron en los pilares de una teoría musical basada en relaciones racionales. A partir de allí, la noción de harmonía se fundó sobre la racionalidad numérica: dos sonidos son consonantes si sus frecuencias están relacionadas mediante un cociente de números enteros pequeños. Esta teoría de la afinación fue refinada posteriormente por figuras como Boecio, Zarlino, Kepler y Descartes, quienes mantuvieron el ideal de que el universo entero era una sinfonía de proporciones.
Desde un punto de vista matemático, si se consideran dos frecuencias 𝑓₁ y 𝑓₂ , el y , el intervalo entre ellas es armónico si:

Estas relaciones forman un subconjunto denso del conjunto de los números racionales positivos , y se pueden visualizar como puntos sobre la recta real o como elementos discretos en el círculo logarítmico musical, definido por:

donde 𝜃 representa un desplazamiento en la escala logarítmica, utilizada comúnmente en teoría musical moderna para medir intervalos en unidades de semitonos o centésimas de semitono (cents).
Este tratamiento logarítmico permite modelar los intervalos musicales como elementos de un grupo abeliano bajo la operación de suma, con generadores como 𝐿𝑜𝑔₂(2)=1(la octava), 𝐿𝑜𝑔₂(3/2), etc. En el caso del temperamento igual de 12 semitonos por octava, se trabaja con el grupo cociente ℝ/ℤ, donde cada semitono equivale a un desplazamiento de 1/12 en esa escala logarítmica. Esta representación abelianiza el sistema de intervalos y permite la formalización de la teoría musical modular.
Asimismo, las escalas musicales pueden interpretarse como subconjuntos finitos de un grupo cíclico. Por ejemplo, la escala diatónica mayor (Do–Re–Mi–Fa–Sol–La–Si) puede verse como un subconjunto de 7 elementos del grupo cíclico , lo que permite estudiar transformaciones tonales mediante traslaciones y simetrías, análogas a los desplazamientos en teoría de grupos.
Por otro lado, la teoría de la afinación justa busca preservar estas proporciones racionales, mientras que los sistemas temperados —especialmente el temperamento igual— sacrifican la exactitud de esas fracciones a cambio de la posibilidad de modular libremente entre tonalidades. Esta tensión entre precisión matemática y libertad compositiva ha sido históricamente objeto de debate tanto en la teoría musical como en la filosofía de la música.
Además de su dimensión numérica, la armonía pitagórica posee una representación física clara en términos de modos de vibración. En una cuerda fija en sus extremos, los modos normales de oscilación corresponden a múltiplos enteros de una frecuencia fundamental , lo cual genera la serie armónica:

Esta serie está compuesta por frecuencias que se corresponden con las notas superiores de un mismo timbre, y cuya estructura interna coincide con las proporciones racionales descritas por la teoría pitagórica. Esta propiedad explica por qué ciertos intervalos suenan «naturales»: están presentes en la física del sonido mismo.
Desde el punto de vista del análisis espectral, un sonido complejo puede descomponerse como una superposición de funciones seno y coseno (serie de Fourier), cada una con una frecuencia específica. Por ejemplo:

donde Aₙ son las amplitudes y las fases relativas. El contenido armónico de un acorde puede así representarse como un espectro de frecuencias cuya organización revela información tanto física como estética. Los espectrogramas computacionales permiten visualizar estos componentes y comparar, por ejemplo, la pureza de un acorde pitagórico con la inestabilidad armónica de acordes atonales.
Este marco de análisis permite explorar, además, fenómenos de batimiento, afinación inarmónica y resonancia acústica, todos ellos fenómenos físicamente cuantificables, pero perceptivamente ricos, donde la matemática se convierte en una herramienta de exploración sonora. Desde Xenakis hasta Ligeti, muchos compositores han incorporado explícitamente estos principios en sus obras, dando lugar a lo que hoy se conoce como composición espectralista.
Cabe resaltar que la armonía pitagórica trasciende la mera técnica musical: constituye una teoría matemática de la percepción. En este sentido, se convierte en un puente entre la teoría de números, la física matemática y la estética sonora, y se posiciona como uno de los primeros modelos de interdisciplinariedad radical de la historia de la ciencia.
Matemática de las ondas y teoría del sonido
El sonido, desde una perspectiva físico-matemática, es una manifestación de oscilaciones mecánicas que se propagan a través de un medio elástico —ya sea aire, agua o materia sólida— en forma de ondas longitudinales. La propagación y transformación de estas ondas puede modelarse rigurosamente mediante ecuaciones en derivadas parciales (EDP), las cuales describen la evolución espacio-temporal de una perturbación. Este enfoque matemático no sólo permite explicar los fundamentos físicos del sonido, sino también desarrollar modelos analíticos y computacionales para la síntesis, el análisis y la manipulación de fenómenos acústicos complejos.
La ecuación de onda y sus soluciones armónicas
En su forma más clásica, el comportamiento de una cuerda vibrante ideal (homogénea, tensa, flexible y sin pérdidas) está regido por la ecuación de onda unidimensional:

donde u(x,t) representa el desplazamiento transversal de la cuerda en la posición 𝑥∈[0,𝐿] y tiempo 𝑡∈ℝ⁺, y donde 𝑐 es la velocidad de propagación de la onda, determinada por la tensión 𝑻 y la densidad lineal 𝜇 del medio:

La solución general de esta ecuación bajo condiciones de frontera fijas u(0,t)=u(L,t)=0 y condiciones iniciales dadas puede obtenerse mediante el método de separación de variables. Esto conduce a una descomposición de la solución en modos normales de vibración, cada uno con una frecuencia natural:

donde 𝜔𝑛 = 𝑛𝜋𝑐/𝐿 son las frecuencias angulares asociadas a los armónicos naturales del sistema, y 𝐴ₙ, 𝜙𝑛 son constantes determinadas por la forma de la excitación inicial.
Esta solución evidencia la estructura armónica del fenómeno: el sistema responde con oscilaciones cuya frecuencia es un múltiplo entero de la fundamental 𝜔1, lo que da lugar a la serie armónica acústica. Este resultado es crucial tanto para la física musical como para la fabricación de instrumentos, ya que determina el timbre característico de cada objeto resonante.
Operadores, espectros y acústica
Desde un enfoque más abstracto, los modos de vibración corresponden a los valores propios del operador de Laplace −Δ-\Delta−Δ, bajo condiciones de frontera específicas. Este operador actúa sobre un dominio funcional apropiado (como un espacio de Hilbert) 𝐿²([0,𝐿]), y la ecuación:

produce una base ortonormal de funciones propias {∅𝑛(𝑥)} con autovalores 𝜆𝑛=(𝑛𝜋/𝐿)², cuyos productos con funciones temporales armónicas conforman la solución general. Esta conexión entre teoría espectral y vibraciones acústicas establece un vínculo profundo entre análisis funcional, teoría de operadores y acústica.
En geometrías más complejas —como membranas bidimensionales o cavidades resonantes tridimensionales—, el análisis se extiende a problemas en dominios de mayor dimensión, con autovalores del operador laplaciano que definen los modos resonantes del sistema. Estas ideas se encuentran en la base de disciplinas como la acústica arquitectónica, el diseño de auditorios y la fabricación de resonadores, y tienen aplicaciones prácticas en ingeniería estructural, geofísica y medicina.
Análisis espectral, Fourier y timbre musical
El timbre de un sonido —su «color» o cualidad perceptiva distintiva— está determinado por la distribución de sus frecuencias parciales. Matemáticamente, esta información se obtiene aplicando la transformada de Fourier:

que permite representar señales temporales como combinaciones de frecuencias puras. En la práctica, esta transformada se implementa digitalmente mediante la transformada rápida de Fourier (FFT), herramienta fundamental para la síntesis y el análisis de señales sonoras.
Un sonido complejo —como el producido por un instrumento o la voz humana— puede considerarse una combinación de ondas sinusoidales, cada una con su propia amplitud, frecuencia y fase. El conjunto de estos armónicos genera una firma espectral única, visible mediante espectrogramas, donde se representa la intensidad de cada frecuencia a lo largo del tiempo.
En la música espectralista esta información no solo se analiza, sino que se convierte en el material mismo de la composición. Compositores como Gérard Grisey y Tristan Murail utilizan espectros acústicos derivados del análisis de instrumentos reales para crear obras que evolucionan según las dinámicas internas del sonido, modelando en tiempo real fenómenos como la inarmonicidad, el batimiento o la interferencia.
Simulación computacional y modelación acústica
La precisión de los modelos diferenciales ha llevado al desarrollo de métodos numéricos avanzados para simular sistemas acústicos. Entre ellos destacan:
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Métodos de Elementos Finitos (FEM): discretización espacial del dominio para resolver EDP en geometrías irregulares.
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Métodos de Diferencias Finitas en el Dominio del Tiempo (FDTD): adecuados para estudiar propagación de ondas en medios variables.
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Modelos de Onda Digital (DWG): especialmente útiles para simulación eficiente en tiempo real de instrumentos de cuerda, viento y percusión.
Estas herramientas no sólo tienen aplicación en la acústica arquitectónica o en la ingeniería de sonido, sino también en la música computacional, donde permiten emular dinámicas físicas en entornos digitales interactivos, expandiendo las posibilidades creativas de la composición musical y la percepción sonora.
Geometría y topología de las estructuras musicales
La geometría y la topología han emergido como marcos fundamentales para el estudio de estructuras musicales, especialmente cuando se busca formalizar relaciones internas entre alturas, acordes, escalas, modos y progresiones tonales. La representación geométrica de objetos musicales permite visualizar, comparar y transformar entidades musicales en espacios estructurados, donde se preservan propiedades como la simetría, la distancia, la conectividad o la orientación.
Espacios tonales y estructuras geométricas
Uno de los desarrollos más influyentes en esta línea ha sido la formulación de espacios tonales por Dmitri Tymoczko (2011), quien propone que los acordes musicales pueden representarse como puntos en variedades de dimensión finita, cuyas coordenadas corresponden a alturas relativas o clases de pitch (pitch classes) organizadas en el círculo de los doce semitonos. Estos espacios se construyen como cocientes topológicos que se preservan invariantes bajo transposición, inversión y permutación.
Por ejemplo, un acorde de tres notas (tríada) puede representarse como un punto en un espacio proyectivo definido sobre 𝕋𝑛=𝑆1𝑥𝑆1𝑥…𝑥𝑆1 es el círculo unitario (topológicamente equivalente a 𝑆1). Se trabaja entonces en variedades como:

donde las simetrías incluyen traslaciones (modulación), inversiones y permutaciones (reordenamientos de voces). Estas estructuras permiten definir distancias geodésicas entre acordes, trayectorias suaves de progresión armónica, y análisis de continuidad tonal en composiciones.
Topología de escalas y modos
Las escalas musicales también pueden estudiarse como objetos topológicos. La escala diatónica (Do–Re–Mi–Fa–Sol–La–Si), por ejemplo, puede representarse como un subconjunto de 7 elementos del grupo cíclico ℤ₁₂ , que modela los doce semitonos del sistema temperado. Esta estructura genera una topología discreta con relaciones de contigüidad y simetría interna.
En trabajos como los de Jack Douthett y Peter Steinbach (2005), las escalas se interpretan como cadenas tonales sobre grafos cíclicos o toroidales, generando representaciones mediante complejos simpliciales o espacios de configuración. Estas herramientas permiten clasificar escalas según su simetría, densidad armónica o complejidad combinatoria.
Un resultado importante es que muchas escalas musicales relevantes (pentatónicas, modales, exóticas) son representables como ciclos topológicos cerrados, cuyas propiedades pueden investigarse mediante teoría de homología o espacios de cohomología discreta. En este sentido, la música se inserta en la misma categoría matemática que se emplea para estudiar redes neuronales, polígonos topológicos o espacios de fase de sistemas dinámicos.
Morfología musica y espacios diferenciales
El uso de la geometría diferencial en música también permite modelar transformaciones continuas entre formas sonoras. Por ejemplo, la interpolación entre dos acordes puede representarse como una curva en un espacio de configuraciones tonales, cuyas propiedades métricas (curvatura, torsión) capturan las tensiones armónicas involucradas en la progresión.
Estas representaciones permiten definir nociones como:
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Gradientes armónicos: vectores tangentes que indican la dirección del cambio armónico más pronunciado.
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Curvas geodésicas: trayectorias de mínima distancia perceptual entre dos estructuras sonoras.
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Campos vectoriales tonales: regiones del espacio musical donde ciertas progresiones se comportan como flujos armónicos.
Dichas herramientas son útiles tanto para el análisis de composiciones como para la creación de algoritmos de generación musical basados en desplazamientos suaves sobre superficies musicales.
Aplicaciones de la topología en música computacional
Los desarrollos más recientes en topología algebraica aplicada (TDA) han comenzado a emplearse en el análisis masivo de datos musicales. Herramientas como la homología persistente permiten detectar ciclos estructurales estables en grandes bases de datos musicales, identificando regularidades melódicas o patrones tonales robustos a lo largo del tiempo.
En música computacional, estas herramientas se utilizan para:
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clasificar géneros musicales según su estructura topológica interna;
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detectar transformaciones armónicas comunes en grandes corpus históricos;
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implementar compositores asistidos por IA que operan sobre superficies tonales diferenciables.
La geometría y la topología ofrecen un marco riguroso y altamente expresivo para modelar la música más allá de la notación tradicional. Transforman a la música en un objeto que puede ser medido, deformado, transportado y analizado como una estructura matemática compleja y multiescala. Este enfoque no solo revela simetrías profundas en las prácticas musicales tradicionales, sino que también abre nuevas posibilidades para la creación, interpretación y análisis musical desde una perspectiva computacional y teórica avanzada.
Sistemas dinámicos, caos y complejidad sonora
La música, entendida como una organización temporal del sonido, puede ser modelada como un sistema dinámico en evolución. Cada obra musical establece un conjunto de estados acústicos —tonos, ritmos, timbres— que evolucionan según reglas explícitas o implícitas, dando lugar a una trayectoria en un espacio abstracto de configuraciones sonoras. Esta concepción permite aplicar herramientas de la teoría de sistemas dinámicos —lineales y no lineales— para analizar el comportamiento, la estabilidad y la complejidad estructural de una pieza musical.
Música como sistema dinámico
Un sistema dinámico se define formalmente como un par (𝑋,Φₜ), donde 𝑋 es un espacio de estados y Φ𝑡:𝑋→𝑋 es un flujo que describe la evolución temporal del sistema. En música, los estados pueden definirse como vectores que contienen información sobre alturas, duraciones, dinámicas y otras variables acústicas.
Por ejemplo, una secuencia melódica puede representarse como una órbita {𝒙𝒏}𝒏∈𝑵 de un sistema discreto generado por una función de transición 𝑓:𝑋→𝑋, es decir,

donde cada 𝑥ₙ corresponde a un evento sonoro. Dependiendo de la forma funcional de 𝑓, el sistema puede exhibir comportamiento periódico, cuasiperiódico, caótico o estocástico. Esta formulación es especialmente útil para el análisis estructural de obras generativas o minimalistas, donde las transformaciones de patrones son sistemáticas y recursivas.
Teoría del caos y sensibilidad a condiciones iniciales
La teoría del caos proporciona un marco conceptual para estudiar sistemas deterministas que, sin embargo, presentan comportamiento altamente impredecible. Este tipo de comportamiento se caracteriza por tres propiedades fundamentales:
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Dependencia sensible a las condiciones iniciales: pequeñas variaciones en los datos iniciales conducen a trayectorias divergentes.
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Densidad de órbitas periódicas: el sistema contiene ciclos arbitrariamente cercanos a cualquier estado.
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Transitividad topológica: existe mezcla dinámica entre regiones del espacio de estados.
Estas propiedades han sido detectadas y explotadas en música a través de algoritmos compositivos basados en mapeos caóticos clásicos, como el mapa logístico:

o el mapa de Hénon:

cuyas órbitas pueden ser convertidas en parámetros musicales: alturas, intensidades, duraciones o posiciones espaciales en música electroacústica.
Música fractal y autosimilitud
Una de las manifestaciones más fascinantes del caos en música es la generación de estructuras fractales, es decir, formas musicales que presentan autosimilitud a distintas escalas temporales o estructurales. Un ejemplo notable es la obra Clapping Music de Steve Reich, donde patrones rítmicos se desplazan progresivamente generando un comportamiento autoorganizado.
Desde el punto de vista formal, un objeto musical fractal puede modelarse mediante sistemas de funciones iteradas (IFS) o mediante series de Fourier con frecuencia modulada caóticamente. Estas estructuras pueden ser analizadas utilizando dimensión fractal, entropía topológica o análisis multifractal, lo cual permite cuantificar la complejidad y el grado de irregularidad de una composición.
Complejidad computacional en estructuras musicales
El análisis de la complejidad algorítmica en música, propuesto por David Cope y otros autores, busca medir cuán comprimible es una secuencia sonora. Una melodía que se repite constantemente tiene baja complejidad de Kolmogorov, mientras que una secuencia no repetitiva, altamente impredecible, tiene alta complejidad.
Sin embargo, las obras musicalmente «ricas» suelen balancear entre orden y caos. Esta zona intermedia, conocida como el borde del caos, es un área de estudio tanto en biología como en música generativa: sistemas que no son completamente predecibles, pero tampoco aleatorios. En este punto, emergen patrones altamente estéticos que combinan regularidad, variación y tensión formal.
Modelos físicos-musicales de sistemas caóticos
Finalmente, sistemas físicos reales como los péndulos acoplados, los circuitos de Chua o los osciladores no lineales han sido empleados tanto para generar sonido directamente como para inspirar estructuras compositivas. El uso de sistemas de ecuaciones diferenciales no lineales del tipo:

permite modelar evoluciones sonoras en espacios tridimensionales abstractos, los cuales pueden ser visualizados como atractores extraños o superficies de fase musicales. En instalaciones sonoras interactivas, estos sistemas pueden ser controlados en tiempo real, generando experiencias inmersivas de alta complejidad dinámica.
La teoría del caos, aplicada a la música, revela que el desorden aparente puede contener estructuras internas profundamente organizadas. Más aún, estas estructuras son formalmente modelables, computacionalmente reproducibles y estéticamente significativas. En este sentido, la música se convierte en una expresión natural del comportamiento de sistemas dinámicos no lineales, donde el orden y el caos no se oponen, sino que coexisten y se transforman mutuamente en el tiempo.
Composición algorítmica e inteligencia artificial
La composición musical ha sido históricamente una actividad tanto artística como estructural, sujeta a reglas, patrones y transformaciones. En los últimos años, los avances en matemáticas aplicadas, lógica computacional e inteligencia artificial han dado lugar a una nueva era en la creación sonora: la composición algorítmica, entendida como la generación de obras musicales mediante procedimientos formales, modelos matemáticos o agentes computacionales autónomos.
Este campo no solo ofrece herramientas para automatizar procesos creativos, sino que constituye un espacio de experimentación donde la música se convierte en un objeto computable, simulable y emergente. En este contexto, las estructuras musicales no son meramente notadas o escuchadas, sino programadas, optimizadas y evolucionadas según reglas explícitas.
Algoritmos formales clásicos
Desde el siglo XVII, compositores como Mozart y Kirnberger ya utilizaban procedimientos estocásticos, como los dados musicales (musikalisches Würfelspiel), donde frases precompuestas se ordenaban mediante tiradas aleatorias. Este procedimiento puede formalizarse como una cadena de Markov de primer orden, donde cada estado corresponde a un fragmento musical y la matriz de transición define la probabilidad de pasar de un fragmento a otro.
Matemáticamente, una cadena de Markov es un sistema estocástico definido por un conjunto de estados {𝑠1,𝑠2,…,𝑠𝑛} y una matriz de transición P tal que:

Esto permite modelar, por ejemplo, secuencias melódicas, progresiones armónicas o patrones rítmicos.
Otros enfoques clásicos incluyen:
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Autómatas celulares (Wolfram): usados para generar texturas rítmicas complejas y variaciones evolutivas.
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Gramáticas formales (Chomsky, Lerdahl y Jackendoff): utilizadas para estructurar jerárquicamente frases musicales.
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Algoritmos evolutivos: optimización de composiciones mediante criterios estéticos, heurísticas o selección de oyentes.
Composiciones asistida por IA
Con el auge de la inteligencia artificial, especialmente de las redes neuronales profundas, han surgido sistemas capaces de aprender estilos musicales, generar melodías originales, acompañar a músicos en tiempo real e incluso componer obras completas con coherencia estilística.
Entre los modelos más destacados se encuentran:
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Redes recurrentes (RNN, LSTM, GRU): utilizadas para modelar secuencias temporales, como melodías o patrones rítmicos.
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Transformers: modelos de atención que han revolucionado la generación secuencial, con proyectos como MuseNet (OpenAI), Music Transformer (Google Magenta) y MusicLM.
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GANs musicales (Generative Adversarial Networks): generación de fragmentos armónicos, timbres o espectros sonoros por competencia entre redes.
Un modelo como MusicLM, por ejemplo, puede generar música a partir de descripciones textuales del tipo:
«Pieza orquestal con atmósfera épica y ritmos asimétricos, en estilo post-minimalista».
Desde el punto de vista matemático, estos modelos funcionan sobre espacios de alta dimensionalidad, optimizando funciones objetivo mediante algoritmos de gradiente descendente en entornos de aprendizaje supervisado o no supervisado.
Formalismo lógico y teoría de categorías
En un plano más abstracto, algunos investigadores han explorado el uso de lógica matemática y teoría de categorías para representar transformaciones musicales como funtores entre estructuras algebraicas. Un acorde puede ser interpretado como un objeto en una categoría, y una progresión armónica como un morfismo entre esos objetos.
Este enfoque permite:
Describir composiciones mediante diagramas conmutativos.
Identificar equivalencias estructurales entre secciones musicales (isomorfismos musicales).
Establecer transformaciones naturales entre estilos o modos compositivos.
Así, la música se convierte en una construcción formal dentro de un marco lógico-matemático altamente estructurado, susceptible de ser implementado computacionalmente.
Inteligencia artificial como creatividad emergente
La composición asistida por IA plantea preguntas profundas sobre la naturaleza de la creatividad, la autoría y la estética. ¿Puede una máquina componer «música significativa»? ¿Es la generación algorítmica una extensión del compositor humano o un agente creativo en sí mismo?
Algunos filósofos sostienen que la IA genera estructuras sintácticas sin semántica. Sin embargo, desde un punto de vista matemático-formal, lo que importa es la coherencia interna del sistema y su capacidad de generar complejidad significativa, es decir, estructuras que combinen redundancia, variación, simetría y ruptura.
La creatividad, en este contexto, puede definirse como una propiedad emergente de sistemas suficientemente complejos y adaptativos que operan al borde del caos, donde la música más interesante ha habitado históricamente.
La composición algorítmica e inteligencia artificial no son meros auxiliares técnicos: son nuevos lenguajes formales para explorar lo musical. En este proceso, la matemática no sólo interviene como herramienta analítica, sino como matriz generativa de formas sonoras, revelando que la estructura musical es, en lo profundo, una estructura computable.
Epistemología matemático-musical
La convergencia entre la matemática y la música, tal como ha sido expuesta a lo largo de este trabajo, no debe entenderse meramente como una coincidencia estructural ni como una analogía útil. Más allá de las aplicaciones analíticas y las herramientas computacionales, lo que está en juego es una relación ontológica y epistemológica entre dos formas de organización simbólica que han servido históricamente como paradigmas del pensamiento formal y estético.
¿La música como objeto matemático o fenómeno estetizado?
Una de las preguntas más profundas que subyace a esta relación es si la música puede concebirse como un objeto matemático en sí mismo o si, por el contrario, se trata de un fenómeno esencialmente perceptual y cultural al que se le han superpuesto estructuras matemáticas para su análisis.
Desde el enfoque pitagórico-platónico, la música sería la manifestación sensorial de un orden matemático invisible, una suerte de «sombra audible» del mundo ideal de las formas. En contraste, desde perspectivas hermenéuticas y fenomenológicas, la música es un fenómeno de sentido que sólo adquiere inteligibilidad dentro de marcos culturales y perceptuales y, por tanto, su formalización matemática sería sólo una descripción parcial, no su esencia.
No obstante, el desarrollo moderno de las ciencias cognitivas, la teoría de la complejidad, la neuroacústica y la inteligencia artificial ofrece una síntesis posible: la música puede concebirse como una forma de organización estructurada de información en el tiempo, susceptible de ser modelada, transformada y comprendida en términos matemáticos sin perder su dimensión estética y cultural.
Enfoque ontosemiótico y representaciones múltiples
Desde la perspectiva del enfoque ontosemiótico (EOS) del conocimiento matemático, desarrollado por Godino y colaboradores, la música puede ser analizada como un sistema de prácticas significativas sostenido por configuraciones epistémicas compuestas por objetos, significados, técnicas, reglas de validación y discursos. En este marco, el conocimiento musical y el conocimiento matemático se construyen a través de prácticas institucionales que articulan múltiples sistemas de representación.
Por ejemplo, un acorde puede ser simultáneamente:
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un fenómeno físico (vibración)
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un objeto perceptual (consonancia)
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un signo notacional (partitura)
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un vector en un espacio topológico
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un nodo en una red funcional o categórica
Cada uno de estos niveles corresponde a una configuración semiótica distinta, pero articulada. La matemática, entonces, no es simplemente una forma de descripción externa, sino un lenguaje integrador que permite navegar entre representaciones y establecer invariantes conceptuales dentro de la variabilidad contextual.
Estética matemática y musical: entre lo necesario y lo posible
Tanto en matemática como en música existe un equilibrio entre reglas y libertad, entre necesidad formal y posibilidad creativa. En ambos campos, se valoran las estructuras elegantes, la economía de medios, la simetría y la sorpresa, elementos que configuran un campo común de sensibilidad racional.
Este paralelismo ha sido explorado por autores como Gian-Carlo Rota y Roger Penrose, quienes destacan que la belleza matemática —al igual que la musical— surge cuando una estructura formal revela una profundidad inesperada, una resonancia interna entre elementos aparentemente dispares. En este sentido, ambas disciplinas comparten una dimensión estética fundamentada en la coherencia estructural, la pregnancia perceptual y la densidad de significado.
Hacia una epistemología transdisciplinaria
El análisis matemático de la música, y la musicalidad de ciertas construcciones matemáticas, nos obligan a repensar las fronteras entre disciplinas. La música deja de ser un arte para convertirse también en un campo de investigación formalizable, mientras que la matemática deja de ser una técnica para convertirse en un lenguaje sensible.
En esta dirección, la epistemología matemática-musical no es una subordinación de una disciplina a otra, sino una interacción transdisciplinaria donde emergen nuevos objetos híbridos: algoritmos estéticos, espectros auditivos geométricos, composiciones computacionales, topologías tonales.
Estos objetos no pertenecen exclusivamente ni a la matemática ni a la música, sino a un nuevo espacio conceptual donde el conocimiento se genera a través de la integración de dominios formalmente distintos, pero semióticamente compatibles.
Desde esta mirada, la relación entre matemática y música no es una superposición metodológica, sino un modo de interrogación del mundo donde el orden y el caos, lo audible y lo formal, lo computable y lo expresivo, convergen en una misma matriz cognitiva. Explorar esta convergencia es abrir una vía hacia una nueva epistemología del arte y de la ciencia, donde el pensamiento abstracto se escucha y el sonido se piensa.
Conclusión
Este trabajo ha expuesto, desde una perspectiva físico-matemática, computacional y epistemológica, que la música no es simplemente una forma de arte sensible, sino una estructura formal profundamente ligada a los fundamentos de la matemática. La exploración realizada revela que la organización sonora puede entenderse como una manifestación concreta de principios universales de orden, simetría, proporción, transformación y complejidad emergente.
Desde las proporciones pitagóricas hasta las arquitecturas de redes neuronales generativas, la música se ha mostrado como un espacio de modelación, representación y exploración formal. Las estructuras musicales —acordes, escalas, timbres, texturas— han sido representadas como objetos matemáticos en espacios topológicos, proyectivos o diferenciales; sus transformaciones han sido descritas mediante sistemas dinámicos, operadores lineales o funciones caóticas; y sus comportamientos temporales han sido simulados a través de modelos computacionales estocásticos o deterministas.
Asimismo, se ha puesto de manifiesto que los conceptos de autosimilitud fractal, caos determinista, complejidad algorítmica, y representación categórica permiten describir con gran precisión fenómenos compositivos modernos, especialmente aquellos que transgreden las fronteras de la tonalidad clásica. En este marco, las nociones tradicionales de armonía, ritmo y forma adquieren nuevas interpretaciones formales, que abren la puerta a prácticas compositivas generativas, análisis automatizado y visualización multidimensional de obras musicales.
En el plano epistemológico, se ha argumentado que la relación entre matemática y música no debe entenderse como un fenómeno anecdótico o meramente instrumental, sino como un verdadero cruce ontosemiótico entre lenguajes formales, prácticas institucionalizadas y construcciones simbólicas. La música, como estructura de conocimiento, puede ser interpretada a través de múltiples sistemas de representación —físico, perceptual, simbólico, computacional— los cuales se articulan mediante la matemática como lenguaje de integración semiótica.
Del mismo modo, se ha sugerido que la inteligencia artificial aplicada a la composición musical constituye no solo una herramienta creativa, sino también un nuevo paradigma de modelación musical, donde se exploran los límites de la creatividad no humana, la emergencia estética computacional y la epistemología de la forma musical generada por algoritmos.
Finalmente, este trabajo propone que el estudio conjunto de la matemática y la música no sólo constituye un objeto de fascinación intelectual, sino un campo legítimo de investigación científica, con implicaciones en educación, cognición, diseño acústico, inteligencia artificial y filosofía del conocimiento. En este cruce de caminos, se abre la posibilidad de una nueva comprensión del mundo: una en la que el pensamiento abstracto se escucha y el sonido se piensa.
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