Vademécum Histórico Guatemalteco
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AÑIL

Composición fotográfica de un obraje añilero y un telar de pedal.

(del árabe al-nil, azul). Tinte vegetal de color azul. Se obtiene del jiquilite (Indigofera sufructicosa e Indigofera tinctoria), una planta silvestre. En el Reino de Guatemala constituyó el principal rubro de las exportaciones, durante los siglos XVII y XVIII. Antes de la conquista española, en Mesoamérica se empleó dicho tinte en la escritura de códices, en el teñido de telas y en ciertos rituales; además, en el pintado ornamental de piezas de cerámica, así como de estelas y templos. En 1571 se realizó el primer embarque de añil hacia Europa. La fuerte demanda del tinte, por las fábricas de tejidos de los Países Bajos e Inglaterra, determinó que muchos colonos españoles se dedicaran al cultivo y procesamiento del jiquilite, lo que trajo consigo la ampliación del repartimiento de indios y la apropiación irregular de las tierras aptas para dicho cultivo, fenómeno este que tuvo su mayor auge entre 1590 y 1620. Las áreas de mayor producción de añil fueron las Alcaldías Mayores de San Salvador y San Vicente, y la Gobernación de Nicaragua. En Guatemala, las regiones añileras más importantes estaban en los actuales departamentos de Escuintla, Santa Rosa, Chiquimula y Zacapa. La fabricación del tinte, dirigida por personas a las que se conocía como punteros, consistía en el remojo de las hojas de jiquilite durante varios días; luego seguía el batido de aquéllas, hasta su disolución; finalmente, se extraía el agua y el sedimento se colocaba en cajas y se secaba al sol. Las maquetas, ya sólidas, se cortaban en barras y se aliñaban, para su exportación, en zurrones. Se podían obtener tres calidades de tinta: la más común o corte; la mediana o sobresaliente, y la mejor, llamada flor o añil tizate. El trabajo en los obrajes añileros provocaron la desaparición de muchos pueblos indígenas, como lo señala un documento colonial: He visto grandes poblaciones indígenas casi destruidas después de que se instalaron cerca de ellas molinos de añil, porque la mayoría de los indios que entran a trabajar en los molinos enferman pronto, como resultado de los trabajos forzados y del efecto de las pilas de añil en descomposición que ellos amontonan. Hablo por experiencia pues varias veces he confesado a gran número de indios con fiebre y he estado allí cuando se los llevaban de los molinos para enterrarlos (AGI-AG, 968, fol. 10). Sobre el particular, Rafael Landívar, en la Rusticatio Mexicana, señaló: De allí [los obrajes añileros] se reproduce una mosca acometiva que, armada de trompa, se atreve a atacar las manos de los hombres y el lomo de las bestias, chupándoles el fluido purpúreo con la brava probóscide. Por esto verás a menudo las manos destilar sangre, y las piernas agobiadas de terribles póstulas. Los grandes comerciantes de Guatemala monopolizaron la exportación del añil, mediante un tipo de transacción comercial conocido como habilitación, lo que, a principios del siglo XVII, generó el enriquecimiento de algunos de ellos, que movían capitales de 50,000, 100,000 y hasta 500,000 ducados. Como ejemplo, cabe mencionar a Antonio Justiniano, Regidor de Santiago, quien compró, para un sobrino suyo, la Alcaldía de San Salvador. También pueden citarse: Tomás de Siliézar (vizcaíno), Pedro de Lira, Antonio Fernández y Bartolomé Núñez, éste de origen portugués. En 1761, Juan de Dios del Cid escribió el folleto El puntero apuntado con apuntes breves para que no sea corto en la fábrica de la tinta añil o tinta anual. En 1797, José Mariano Mociño criticó aquella publicación; opinó que los punteros eran unos ignorantes y, para remediar tal situación, escribió el libro Tratado de xiquilite y añil de Guatemala, en el que se describen las diferentes variedades y las regiones más apropiadas para el cultivo en cuestión y, con base en las leyes de la hidrostática, se exponen los métodos extractivos y el proceso que debía emplearse para obtener las mejores variedades de tinte. Los cosecheros guatemaltecos, empero, solicitaron al autor la revisión del tratado, ya que, al poner en práctica tales consejos, no obtuvieron los resultados esperados. A principios del siglo XIX, José Cecilio del Valle opinó que el trabajo en los obrajes añileros ocasionó la gran disminución demográfica de los indígenas y la desaparición de muchos pueblos.

 

Bibliografía: Manuel Rubio Sánchez, Historia del añil o xiquilite en Centro América (1976).

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