Vademécum Histórico Guatemalteco
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CALDO DE OLLA Y ANATEMAS

Costumbre colonial. En febrero de 1758, Joseph Vallejo, Sacerdote jesuita, planteó en un sermón que, durante la Cuaresma, era lícito ingerir caldo de olla, siempre y cuando no se comiera la carne, ya que el caldo no era carne: examinándolo con aquel rigor que acostumbran los físicos, digo que al caldo no se comunican partículas de la carne. Y es la razón ésta: el caldo cuando se enfría se convierte en agua y en manteca, y no hemos experimentado aún que se convierta en carne. Dominicos y franciscanos respondieron a tal aseveración redactando y haciendo circular libelos injuriosos e infamatorios contra Vallejo y los jesuitas. En uno de ellos, titulado Teomecánicos discursos del Rmo Pe. Fray Roque de San Antonio, donado profeso y superintendente de la panadería de los Ps. Bethlemitas, sobre la controversia de la licitud de los caldos de carne en días de ayuno, se trataba a Vallejo de tonto, se le acusaba de no estudiar y de pasar su tiempo en visitas a madamas, en cuyas casas se echaba con llaneza en los estrados. Juan de Terrasa, fraile dominico, en su Tratado Apologético, sostuvo que la doctrina de Vallejo era improbable, y que no podía seguirse con tranquila conciencia: Haga la experiencia con el microscopio y verá tan grandes las partículas como garbanzos; y aun sin este instrumento las distingue el más corto de vista. El sermón sobre el Caldo de Olla exteriorizó el antagonismo filosófico: Por un lado, los jesuitas, seguidores del Probabilismo (Doctrina filosófica que concede un grado relativo de probabilidad a toda opinión y considera que ninguna es totalmente falsa, ni totalmente cierta), y por el otro dominicos y franciscanos defensores del Probabiliorismo (Doctrina de teología moral consistente en seguir la opinión más probable, en contraposición del probabilismo que acepta simplemente la probable). Los jesuitas fueron acusados de Novatores, por negarse a aceptar el magisterio de los Santos Padres de la Iglesia, en especial de San Agustín. El Arzobispo Francisco José de Figueredo y Victoria salió en defensa de Vallejo y del Probabilismo sostenido por los jesuitas. Ordenó a los frailes dominicos y franciscanos abstenerse de escribir libelos y que los que estaban circulando fueran entregados a la Inquisición. Juan Ignacio Falla, Comisario del Santo Oficio, apoyó igualmente a Vallejo y exigió la entrega inmediata de los libelos, so pena de excomunión mayor.

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